jueves, 28 de febrero de 2013

Bitácora del Capitán

Mareas desatan el acto de escribir para conjugarse con otras mareas. Quiero ver la forma como voy manifestando cosas que hablan de mis cosas. Pedazos que ninguno sabía ni tenía porque saber. Desvestido de todo temor que prohibe reconocer práctico razonamientos inacabados. ¿Justificación precedente? Tal vez, desconozco su significado. Soy el capitán de las palabras. Es preciso que las correcciones periodicas cambien los textos, habito ortográfico relacionado con Freedom-Sound. Propiedad del corregir procurando renovar ideas. Respetuosos agradecimientos para quien practica la lectura de perspectivas personales. Detecto estupideces que no comparto como hacer pésimos comentarios que puedan arruinar la forma. Sorprende tener que vivir con la paradoja de ser libre de contarlo. Situaciones que repercuten en elaborar actos de honestidad maleables que embarcan distintos rumbos pedaleando en alegrías. Aburridor es entrar en balísticas calles. Con el tiempo quisiera colocar fotografías de autor, sonidos originales e intimidades futuras que irán apareciendo. Me deleita hacer pausas para salir a navegar por temporadas. Contradicción que se dispara cuando desatado de cualquier rigidez en las entregas, estoy decidido a otorgarme continuidad. Es una actividad que lentamente se va incorporando. Comiendo frutos de este deseo tan solo espero que el barco cargado de mortal memoria no se hunda junto al cofre que oculta mi nombre.

El Capitán

jueves, 21 de febrero de 2013

Acto intencional para descifrar tatuajes encriptados


Sinestesia de buena vida decantada en iluminadas marcas. Dentro de las más intencionadas existen mis tatuajes. No concibo estar a cierta distancia del cuerpo en que persisto. La tinta abrazada a la piel es una representación simbólica del sujeto. Según las cartas del designio debieron ser tres. Cada uno viviendo en particularidades. Bajo su propia importancia.  Vista en ensamble, dicha simbiosis grafica representa un componente de mi identidad. Amalgama del fui, soy y seré.

Para la materialización del antiguo deseo la ubicación se constituyo en un presupuesto fundamental. Pensé en la parte alta de la espalda contigua a los hombros, espectro de mi cuerpo que presentía acoplarse a la tinta. La primera ocasión no concreto una experiencia agradable. Decepción frente a lo imaginado. Había cumplido 18 años y buscaba marcarlo con una señal. Abreviar una idea. Convencido medite la posible forma. Visualice con exactitud las dimensiones de mi omoplato izquierdo. De pronto, apareció congelado un inspector Gangter en dos tonos marcando un emblema de orígenes. Aquel detective pertenecía a una orquesta musical propiciadora de un valle de balas. Precursores, junto a otro puñado de bandas, del boom del ska en el Sur de América, hablaban en propiedad de Desorden Público.  Me sentí identificado.  Llegue a tan pequeño local atendido por un caballero de largos dreadlocks que no gustaba del reggae.  Contemplo mi invitación, me sentó en una silla y comenzó su trabajo. Millones de punzadas por minuto atravesando el lomo para sentir la carne. Sensación de adrenalina colmada de un inexplicable dolor al que llegue a acostumbrarme. Guantes de cirugía, aroma de alcohol medicado, servilletas de cocina manchadas de negra tinta mezclada con sangre.

Pasada la hora de sesión estaba seguro del final. Por desgracia la noticia fue otra. Según me explico el dibujante el muñequito a blanco y negro había quedado pálido porque mi piel de sensible pigmentación expulsaba altas cantidades de líquidos rojos. Era necesario hacer dos o tres sesiones. No comprendía lo que había pasado. Triste salí del lugar con el peso de la desilusión y una caja de terramicina. Pague mi precocidad por lo que nunca regrese. El lugar no era el mejor, el tipo no me simpatizaba. Deje las cosas como estaban.

Desorden Público primer disco. Logo tatuado en la parte superior
Pasó largo tiempo para que recordara una tarea pendiente. Resolví ampliar el sentido de esa paupérrima imagen. Quería darle color, sonido, ritmo. Así se comporta el reverso de mí. Volvieron las reflexiones. Había que fabricar un concepto. Buenos vientos inspiraron un día de euforia. Positiva calificación que enorgullece el alma. Me entregue a fumar la noche.  Extenso camino por la séptima avenida. La naturalidad me coloco en una tienda de aretes y tatuajes, antes antiguo bar. Dos calles después de la cincuenta y tres. Presentí que había encontrado el lugar. El pintor se presento. Lo apodaban Kike, menudo rockero de delicados trazos. Decidí confiarle el secreto. Planeaba montar una galería ambulante de arte en mi espalda. Yo el curador, sugerí puntuales puntos de vista. Buscaba reanimar al inspector, desprender un mensaje desde la columna vertebral, y completar el costado derecho con otras influencias.

El artista: Mr. Kike

Bien, pactamos una cita. Como cualquier oferente me enseño su propuesta. Era justo lo que estaba buscando. Así lo había imaginado. Sellamos el trato. Los nervios me dominaban. Esta vez, tuve que recostarme en una camilla de cómoda almohada. Sentí que algo comenzaba a suceder de nuevo. Pasada hora y media, flotaba extasiado de la concentración con que el artista condensaba la exposición.  Ningún rastro de duda. Era él, la aguja, mi entidad. Sutileza en máximo esplendor.  El entorno debía ser compatible de lo contrario la idea fracasaba. Higiene absoluta. El juego de los colores en una pequeña paleta. Copos de nieve de anestésica energía. Luz de neón.  Había dolor, por su puesto. La corporalidad es la constitución de un delicado tesoro. Decidimos hacer una pausa. Retomo el trabajo con calma. La concentración continuaba. En aquella camilla mi mente construía  maravillosas sensaciones. Saturninos pensamientos sobre lo que estaba sucediendo. Conjeturaba la tinta circulando para impregnarse en la piel. La aguja perforando rápidamente los huesos. La música transformándose en iconografías. Piezas mortales de una sopa de letras, humano respiro de alegría, satisfacción de cumplir un proyecto.

 Borrador del diseño

Poseo especial cariño por tales tatuajes. Si me disgustaran mi vida sería una pesadilla. Viven escondidos esperando el momento indicado para mostrarse. Habito autobiográfico. Es agradable pensar que jamás podre ver  aquellas pinturas con mis propios medios. Tan solo si me esfuerzo en  girar bien la cabeza, aspiro a encontrar las direccionadas puntas. Es por lo tanto, una condición sine qua non recurrir a espejos o fotografías para entender cómo se comportan.

Momentos posteriores al final de una idea

La Mano Negra, a la derecha, trasmite ironía. Navegante de canciones enajenadas en distintos idiomas. El expreso del hielo, la  idiosincracia de Barcelona, fiebre de putas, Fidel Nadal, faro Guayaquil. Presentaciones en barco cargado de aventuras, míster matanza, Hot Pants, los dados mágicos, ciudad planeta. Aquel de la izquierda, es el veterano que ha vuelto  a ser joven. Se ha apoderado de la danza de los esqueletos. Latino a flor de piel, saxofones molotov prediciendo economías, África regresando al Caribe. Un tributo al sello de Jerry Dammers, Tokio enloquecida, primer cassette, zapatos resbalosos, inolvidable concierto, skapate conmigo. Del centro se desprende la combinación de una expresión. El sound system de mi espalda. Tocadiscos sin nombre, punto de partida, let it play. Las alas Freedoom/Sound son la culminación de una inmensa bola de fuego que lanzaron los Skatalites. Virtuosas armonías instrumentales que desatan la libertad y el sonido. Discursos sobre lo esencial de mi lenguaje. Lejos de todo ideal, ambas palabras son una convicción. Presupuesto existencial. Prisma de letras que se descompone para emboquillarse en significados poseedores de un único carácter. Cuenta regresiva de lanzamiento de toda fiesta musical, temblor que imprevisible momento altera. En la parte inferior, emblemáticas banderas recuerdan diásporas. Caribeñas historias que se conjugaron en Europa, barcos de miles de jamaiquinos conquistando islas lejanas. Nuevos Trenchtown en el sur este de Londres. El éxodo de Bob Marley, los viajes de Prince Buster, las Colecciones de Trojan Records, mutación precursora del rocksteady. Misteriosos secretos que descansan en patrimonios culturales que no desaparecen. Necesidad de preservar las raíces: el chiken jerk, los carnavales de Notingh Hill, la furia de Hailie Selassie. Escenas que en mi se humedecieron.  Colores tatuados que mi colombianidad enriquecen.  Ante el sonido la libertad se divierte en la memoria del alma. Paso despacio las manos sobre la galería ambulante de mi espalda. Siento ganas de bailar. ¡PICK IT UP, PICK IT UP, PICK IT UP!



lunes, 18 de febrero de 2013

Navegando el extranjero de Albert Camus



No vengo a resumir la obra del Extranjero. Es un libro de mis afectos. Definido con simplicidad. Sellado con un hermoso título.  En francés, posee varias definiciones: 1). Que viene de afuera, 2).Que no pertenece a un grupo, a sociedad o a familia, 3). que es extraño, que no es conocido.4). Que no tiene relación con nadie. Una sola palabra, un conjunto de significados. Todas descansan en la novela. Flechazo de la infancia. Consuelo de oportunidades. Ejecutor cabalístico punzante de mi amor por la literatura. La aproximación se la debo a la música y los amigos.  Elementos fundamentales.


Todo comenzó por G.P. legendaria banda de la ciudad de Medellín. Descalabro de energía. Avalancha musical de toda oposición. El primer cassette que recibí de ellos lleva el nombre: De G.P para la Sociedad. Ameno regalo. El álbum me hipnotizo por completo. Cada canción comenzaba con un extracto a modo de pequeño poema. Los versos los pronunciaba Jimmy Jazz, antiguo vocalista de melancólica voz. Aquello era el complemento perfecto para introducir las canciones. Idea bastante original. Desconozco de otros que hayan hecho lo mismo. Inicia un tema dedicado a la absurda y loca: Carrera. Inmediatamente después del final del verso viene la descarga de enérgico punk. Magnífica unión de elementos. Ese primer sencillo termina como L’Ètranger de Camus, cosa de la cual me vine a dar cuenta años después. El fumador argelino, desata un discurso de ira luego de que se entera que va ser ejecutado en la cárcel donde está condenado. Cargado de fuego en la boca, Mersault anuncia las últimas palabras "para sentirme menos solo, me queda desear que el día de mi ejecución hallan muchos espectadores y que me reciban con gritos de odio" ¡ Bang ! Disparo sin bala para mi cabeza. Una frase que rompe cualquier atrevimiento. El aire viene envuelto en una forma que se escribe y se canta. Acto de honestidad y liberación. Expresión de verdadero descontento. Insospechada literalidad del pensamiento.


Por otro lado, apareció The Cure. Forjadores de un sonido particular. Quizás influenciados por los gemidos de Robert Smith. A mis oídos llego Killing an Arab. Grandiosa canción. Crudas guitarras. El nombre álbum mostraba el mensaje: Standing on a beach (1986). Soberbio disco de éxitos. Sin duda, el extranjero se encarcelo dentro de esa letra. Tal vez The Cure se sentía extraño para su tiempo. Había podido salvarse pero decidió quedarse sin miedo a la verdad para los que quieran escucharla. Cada vez que The Cure  o alguien en el mundo la canta se está leyendo en voz alta la historia de aquel hombre que caminando por la playa, termina propinándole cuatro disparos a un árabe de agenciadas disputas . El poder de la palabra en las canciones.


Con cierto grupo de amigos solíamos compartir el arte. Juventud de gustos afines. Corríamos a ver cine en las tardes especialmente al teatro libre cercano a la gótica iglesia Lourdes. Discutíamos banalidades. Nos recocijabamos en antiguos conciertos. Simples redes sociales producidas  por sentido común. Cosas buenas de la vida. También compartíamos libros. Intentábamos aplicar la máxima de leer libremente. Rotábamos, sugeríamos obras. Nada especial, normalmente clásicos. Un hecho muy alto para mi. De poderoso valor espiritual. En ese pequeño préstamo bibliotecario llego a mis manos el extranjero. Derrumbe sobre cualquier intento de fuga. El libro se incorporó a las sonoridades. Inolvidable fusión. Cuando abrí la primera página no pude parar hasta acabarlo. Su corta extensión lo hizo fácil. La felicidad al llegar al final fue absoluta. Un déjà vu. Llamado a la puerta de mi alma. Plenitud. Cerré el libro con una sonrisa. Había descubierto un autor.

Fotografía tomada de bogota.vive.in

A partir de ese momento, mi relación con L’Ètranger ha sido encantadora. Estoy condenado al libro y como si el absurdo existiera soy feliz. Siguen apareciendo en mi camino variadas interpretaciones sobre la novela. Esas situaciones producen que leerlo sea un acto entretenido. Incluso encontré por azar la versión en cine. Adaptación de Luchino Visconti (Lo straneiro, 1967). El film incluyo a la bella Anna Karina y a Marcelo Mastroianni en el personaje de Mersault. Es una cinta simpática. Jamás había visto tanta literalidad de un libro convertido en película.

Procuro leerlo por temporadas. En apariencia no encuentro nada nuevo. Las letras que se escribieron para convertirse en grandeza no han cambiado siguen estando ahí como las buenas amistades. Su relectura no lo hace un tormento. Emprendo el rumbo hacia Marengo. Mi temor es el título de Capitán de un barco de infinitas posibilidades.


miércoles, 13 de febrero de 2013

Crónica de lugares comunes: Parque de la Independencia


No ha sido un secreto que me gustan los parques. En Bogotá los hay para todo tipo de gustos. Para nacionales. Para independientes. Para novios. Para osos. Para bolivarianos. Para tunales con túneles. Para virreyes. Si sigo el tonto juego corto me quedo.

Al costado del Planetario, en plena carrera séptima se abre una puerta al encanto: el Parque de la independencia. Un lugar común pero sentimentalmente especial dentro de la capital donde respiro. Esplendido tesoro. Estar cerca de las estrellas agranda lo sugestivo. Su extensión es un conjunto de hermosuras. Oasis de fácil acceso. Pedazo de pulmón. Hilera de escaleras sin nombre. Cada recorrido es diferente. Nunca desata el mismo recuerdo. Allí aprendí a jugar con la cámara de mis ojos. Escribí guiones de películas olvidadas. Recibí una llamada inesperada. Vi avanzar divinas siluetas de oscuros azules en inolvidables atardeceres. Alucinantes palmeras. Bifurcaciones de vías enredadas que conducen a alguna parte. Mujeres ermitañas buscando sus destinos. Hombres de solitarios rostros. Sillas para enamorados. Prados de altos arboles para los más arriesgados. Lectoras imprevisibles. Viajo a través de sus rincones encontrando pequeños pedazos de retentiva. De mi Bogotá que circula. Que dando pasos descansa. Aparecen sorpresas: el pequeño teatro de escaleras romanas. Remembranzas de jazz al parque, de Plinio Córdoba. El carrusel  abandonado para que la alegría infantil cabalgue en imaginarios.  Las Pantallas para cinéfilos. El Compartimiento de vidas ajenas. Los esparcimiento de animales felices. Personajes de extrañas miradas. Saludos cordiales.  

El espacio que cubre el parque rompe los límites en extensión.  Abraza las emblemáticas torres que soñó Salmona para el deleite de la gente que pasa. Libertino de cafés, galerias de arte y recitales en curiosos locales. Lugares consolidadores de ciudadanas quimeras como las del personaje de Sin Remedios, embrujadora novela de Antonio Caballero. Ocupa el bizarro edificio Klïm, menuda locación para ejecutar todo tipo de fantasías. Atraviesa la esquina donde aguarda Luvina, libreria materializadora de las historias de Juan Rulfo, manojo de deleites, deposito de objetos que rehusan digitalizarse. Reconoce la empinada Macarena. Paradojas de vida, de seres que no se matan. Colmada en suculentos sabores. Cruza por Bosque Izquierdo, con la presentación de curvas pronunciadas de particulares encantos. Prominentes sensaciones para el conquistador de algunos de sus secretos. Comprende el mirador ignorado por los entes que por debajo lo pasan, omnipotente tesoro. Narraciones de substancia. Sortilegios de cuadras. Es el yo caminando. Es la frontera invisible. Es la historia de un trayecto bogotano.


Fotografía tomada del blog http://bogotaenbogota.blogspot.com

viernes, 8 de febrero de 2013

Primera Semana


Lectoras y lectores infinitas gracias por creer en este proyecto. En una semana de abierto se han alcanzado significativas  entradas como visitas. Llenos de curiosidad hay quienes quieren leer el pensamiento escondido. Se esta corriendo el sonido. Es necesario continuar dejando rastros de mi escritura . La página como el siguiente vídeo han hecho de  mi semana un carnaval de sonrisas.

Feliz fin de semana. 




miércoles, 6 de febrero de 2013

El cajón sagrado: proseguid con la madera



Aquellas que han encontrado ese cajón, no los otros

Extraño podría parecer que millones de seres como yo tengan guardada una caja de recuerdos. Algo me dice la negativa de equivocarme. No me corresponde hilvanar hipótesis perfectas. Me gusta pensar que caras felices tienen en sus cuartos memorias colgadas en la pared o en algún rincón escondidas. En mi caso es un cajón. Por  fuera como todos los cajones. De madera. Apariencia de nada en especial.  En su interior la figura engaña. Una porción de mi se encuentra escondida ahí. Como estas letras que voy dejando mientras escribo. Desde luego que no es guardador de tristezas. En ese cajón están muchas de mis memorias. Individuales y colectivas. De cruzadas transcendentales.  Relatos que satisfacen el alma. Tiene de todo un poco. Timidez de creatividad: colecciones de cuadernos. Poesía de juventud. La mía bastante ridícula. Versos improvisados satirizando mi historia. Otras vergüenzas de más bajo nivel cargan autobiografías de amores felices y unas fotografías bailando los Fabulosos Cadillacs. De aquellas cosas de amor: fiesta de casa. Foco de atención en el círculo sagrado del baile. Promiscuidad de grises tirantes. Ese pedazo de madera tiene tantas cosas, que de muchas ni me acuerdo. Aun cuando permanecen.  Y a veces me gusta hurgar en aquellos regalos del pasado. El regreso es conductor impecable de mentalidades. Aprender de objetos. Símbolos de una identidad. De lo que fui y persisto. No olvidarme. Atravesar la materialidad que todo lo inmaterializa.  De los olores perdidos. Parcelar mi raíz. Jamás pronunciar un quien soy a modo de pregunta. Hago memoria de mi colombianidad. Navego hacia al exterior. El antes: átomo de particularidades. Mirador de la última letra. Rostros. Regocijos, emociones, tablones, momentos felices. La colegialidad a flor de piel. Gaveta de sobredimensionado cariño. Prestar atención. No es preciso aferrarme. Si algún día quieren quemar algo puede ser mi cajón. Proseguid con la madera.  Si a mi casa entran a robar, llévenselo. No pretendo contraer un síndrome de bipolaridad.  Pérdida de costos física e inmaterial. Compensación necesaria. Reparación obligada. De lo simbólico y lo material. Alivio de cargas emocionales. Ganancia de ambas partes. Ejecución de un acto de honestidad. Es preciso desprenderme de mis alegrías para invitar a que lleguen mil más.

Alejandro R. S
Segundo acto de honestidad 

El último tango en París. Segunda Parte


Brujas de claros colores los juntarían de nuevo en París.  Ella, visitaba a su hermana. Él, esperaba con locura el comienzo de la Fête de la Musique.  Celestial idea de guardar bien un correo. Muchacho afortunado. Se escribieron. Acordaron una cita en la columna del centro de la Plaza de la Bastilla. Salieron a devorarse la noche parisina. Experimentar la Ronde de Nuit de la Mano Negra.  Esta vez, hablaron en francés. Fueron por unos mojitos famosos por el quartier. Caminaron por la Place de la République. Avanzaron hasta el Quai St Martin. Mojaron la palabra. Bebieron du vin rosé. Delicia fría de veranos. Lidiaron puntos de vista sobre el absurdo de Francia. Cantaron Couleur Café.  Sus risas se conjugaronLannzaron centavos de euro desde el puente d'Amélie. Cada quien con su deseo.  Jugaron con sus ojos. No hubo tiempo para la foto. 

Decidieron perseguir la noche. Eufóricos por bailar. El famoso aller en boîte. Entraron en discoteca. Sonidos de drum & bass. Se entregaron a la pista. Cuerpos calientes lo demostraban. De pronto, las luces enlazaron sus pupilas. Se miraron fijamente atreviéndose a besarse. Desborde de un río apasionado. Lucharon con la corriente para evitar soltar sus bocas. Ella, le susurro al oído: "estamos viviendo el inicio del último tango en París". Él, le respondió con una sonrisa. Prohibido parar de bailar. Ha comenzado la madrugada. Han apagado el sonido. Salieron desmesurados buscando otro rincón para besarse.  El viejo apartamento de su hermana. Piso cuarto. Escaleras caracol, segunda vuelta. Superficie de madera. La cristalización del deseo. Sus cuerpos extasiados en primera comunión. Unidad. Amor. Placer. Destello de luz. El sol anunciaba su llegada. El ritmo universal de la ciudad declamaba los principios de su rutina agobiante. Las puertas del metro abiertas. Despertar en caluroso verano de una mágica noche. Necesidad de decir adiós.

Tomaron rumbo a la Gare du Nord. Ella, regresaba a Londres buscando entregarse a la suerte para cambiar su camino. Él, planeaba pasar unos días a orillas del mediterráneo en las costas de Marseille. Sus bocas se despidieron entregados a un último beso. Hubo un abrazo infinito. Jamás volvieron a verse. Permanecerá la dicha en sus almas. Fervor de lo inexplicable. Presencia de un pronunciado hasta nunca bajo el sobrehumano je t’aime.

FIN
Febrero de 2013

Ver la primera parte de esta historia aquí

lunes, 4 de febrero de 2013

El último tango en París. Primera Parte


Ella, estudiante de literatura. Parisina. De la Sorbonne. De la Bastille. Distante de Truffaut admiraba a Jen-Luc Godard. Él, extranjero. Lobo hombre en París en un verano de oportunidades.  Soñaba con visitar la  tumba de Édith Piaf. Los restos de Jim Morrison. Procesar el cuadernillo de eventos del Centre Pompidou. Sumergirse en empinadas calles que posan detrás de la Basilique en el corazón de Montmatre. Se conocieron cambiando de destino. Atravesaron juntos por el Canal de la Mancha. Corto recorrido de París a Londres. Fue instantáneo. Extraña coincidencia compartir con ella asiento. No hubo oportunidad para el juego de miradas. Valentía, voluntad. Ofrecer pequeño Kínder. Negarse a recibirlo. Comenzaron a charlar. Hablaron en inglés. Colmados de desconcierto emprendieron conocerse. Él, leía en español Las palabras de Sartre soñando con habitar en el sexto piso de un apartamento del premier arrondissement con vista hacia otros tejados.   Ella, se deleitaba con Baudelaire descifrando sus fleurs du mal. Fumadora empedernida. Confesó regocijarse hurgando en la prosa de Poe. Se gustaron. Fin del recorrido. Descenso en enorme estación de Waterloo tan grande como su batalla. No hubo tiempo para un beso. Intercambiaron paupérrimos correos. Direcciones electrónicas que flotan en el aire. Nunca se vieron en Londres. Él, sucumbió ante las novelas de Dickens y Stevenson. Los versos de T. S. Eliot, de William Blake. Se acostumbro al Pymm’s. Exótica bebida reductora de calores. Armado de vocabulario se entrego a la belleza de los adverbios. Aquellos que en su conjunto describen paisajes o mujeres absolutely stunning. Escribía los sábados, recostado en los verdes robles de Holland o de St. James Park. Frecuentaba la National Gallery anonadado en la perspectiva de la pintura holandesa. De Jan van Eyck. De Vermeer. Ella, se enamoró. Conoció a un artista de dreadlocks y se fue a vivir con él.  Confección del Fuck Forever de Babyshambles. Se instalaron detrás de una puerta en la calle Columbia Road. Al borde de un almacén de antiguos sombreros. Asistía a clases de yoga. Se deleitaba con Quincey y Virginia Woolf. Gustaba del capuchino de Foyles. Adicta a los Gin-n-Tonic. Opinaba sobre la oposición entre Yeats y Patrick Kavanagh. Leía en francés para recordar a su Francia. Comprobante de las lunas de Shoreditch. Amante de los geranios que llegaban al mercado los domingos. La facilidad en intercambios estudiantiles europeos.

La poesía en la obra de Los Elefantes

Homenaje a un gusto. 


La aclaración inicial de olvidar cualquier pretensión teórico-académica que del anuncio pueda desprenderse permitirá soltar los siguientes amarres.

Conocí a Los Elefantes una mañana soleada de sábado en Bogotá. El encuentro se pactó en un pequeño encanto de tienda, con los años remodelada, contigua a la entrada principal de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Ni ellos ni yo habíamos acordado alguna hora. La coincidencia apareció con sus casualidades. Me detuve en la corta sección de discos. Melómano habito: buscar por buscar. De repente aparecieron Las perolas de Motas. Imagen de un plato de comida para mascota, quizás computarizada. Caratula y contraportada. Cautivador titulo de enredos. Eran Los Elefantes. Les conocía. De las primeras épocas, contaba la leyenda. Respetados por quienes gustaban de la música que venía de Jamaica. Compre el disco. Estaba emocionado. Les había encontrado. Sabía que mi instinto no me fallaría. Llegue a casa. Entre en mi cuarto. Al grano. Un play anuncio la primera pista. Justificada introducción. Presentación de la obra como en cualquier pieza literaria. Magnifico nombre: Nuestra granja. Sinfonía cargada de animales. Vinieron los otros tracks y con ellos una explosión en prisma-color. Qué gran álbum. Todo un concepto. Deleite de música, risa, imagen y líricas. Fotografías en blanco y negro. Elegantes trajes two-tone que emocionan al Rude Boy latino. Para evitar sombras de dudas, el pequeño librito contenía la transcripción de sus letras. Soporte de una idea. Mi admiración consistía en deleitarme con ellos. Con su irreverencia. Juego que aun me arroja hipótesis sobre lo que quieren expresar para acompañar las partituras. Tengo personales interpretaciones.

     Gran foto del primer disco. Las Perolas de Motas     
Boca e’ Caimán. Canción insignia, sublime. Animalidad a flor de piel. Himno fertilizador de mentes enamoradas. Simplicidad de la vida cotidiana. Una confesión. La pausa. Sonidos que vienen desde la ducha ¿A quién se le ocurre meter en la mitad de la grabación un fragmento cantado en la bañera?  Que importa. Yo también la he cantado con el agua entre mi boca. Peche, una genialidad. Trabalenguas de rapidez. Transformar una canción rusa (Goran Bregovic) en una oda al emblemático tabaco.  El quema pulmones. El apache sacado del publicista. Que fácil lo hacen parecer. No tomo ron. Honesta confesión de melancolía: “no juego rol el sábado hay salida, ya no hay billares ni tampoco birra, me he decidido ir a seguirla y ya”. Otros sonidos son tanques rebosados en brillantes poemas. La sapo Rita, Mi papá es el cómico vinagre, Don Tomate. Víctimas de un humor de exagerada finura. Inesperado anuncio de cierre. El circo se burla del espectáculo. La payasada inteligente ha finalizado.

Fotografía del primer disco. 1999
                                                     
Concierto en el auditorio Michellangelo. Bogotá, 2001
                                      
Pasadas Las perolas de Motas, ansioso esperaba el próximo record. Por fortuna apareció tres años más tarde. Chic Taiwán. Nuevo bombazo. Contundente knock out anunciando su regreso. Dure muchos años creyendo que en verdad Los Elefantes iban a sacar una película. ¿O en realidad la sacaron? Caí en la trampa del disco. Las letras de nuevo se transformaron en deleitables poemas. Esta vez hubo más técnica. Habían madurado, sin descuidar las particularidades de su humor. Descubrí a Charlie Parker. Camine por la bizarra Opium Street. Enloquecí con la versión de Summertime. Le di cuerda al Elefante. Sentí que Nadie sabe era la segunda parte de No tomo ron.  Bastantes conjeturas. Respetuoso cariño. Nuevos canales de difusión llegaron. Apareció Francisco el Matemático. Ingeniero responsable del sonido de expresivos gustos alternativos. Se regocijaron en los oídos de masas. Comenzaron a ser escuchados. Grabaron par de vídeos.  Sin embargo, doy fe de que nunca cambiaron. Se negaron a venderse a esa maquinaria que absorbe muchas bandas al escapar del Underground.

 Foto promocional. Disco Chic Taiwán. 2002         
                                           

Hicieron una larga pausa. Llego el tercer y hasta ahora último álbum. Una combinación marciana. Ya hablaban de otro mundo. Eran los mismos, el nombre del disco lo demostraba: La chica de las tetas café. De horrorosa caratula.  Hablaron del Corazón. La adrenalina del Barrio Santa Fe. La famosa expresión Pocalucha. La sabrosura de su versión de Veneno en la piel. Vinieron los días de una horrenda tusa. Entonces, la poesía absorbió de nuevo bocanadas de inspiración: “16 noches sin ti, soy el malboro man de ayer. 16 noches sin ti, no sé qué debo hacer”. Cuánta sutileza. Senderos recorridos en saboreados versos. Seducción reggae con un final de rocksteady.
                                                          


Los Elefantes siguen tocando. Arquitectos de música, no necesitan ser desmedidamente creativos. Han construido una humilde idea, un ensamble. Prominente arraigo de ciudad. Guardianes de un sonido. Sentido de pertenencia. Son y serán bogotanos. Con nuevos integrantes, nunca pierden su esencia. La misma voz. Las gafas de siempre en los teclados. El fondo vibrante del bajo. Calurosas y enriquecedoras secciones de vientos. Explosión de identidad en el escenario. La última vez que los vi, fueron teloneros de Skatalites. Un Titanic de concierto. No fallaron. Cante desafinadamente el repertorio de sus canciones. Sonaron temas inéditos. Descargue mis pies de energía. Reunión de caras felices. Ese día, medite sin excederme en profundidad. ¿Existirá sensación más gratificante que sonreír cumpliendo un sueño? No hubo respuesta. Tendré que esperar a un próximo concierto.

                                                     
El Capitán 

viernes, 1 de febrero de 2013

Acto de honestidad. Primero: la estupidez del capitán.


Ha llegado la hora de revelar la balota de mis secretos. No quiero pasar por escritor (omitir indicio de blogger), ecléctico,  o supersticioso. Hastiado el mundo se encuentra de escondidos que por sobrenombres se matan.  Desperdiciar una historia.

Sin más preámbulos entro en definiciones. La estupidez del capitán aplica imaginarios tanto como lógicas elementales. Rafael Alberti irrumpe.  Marinero en tierra, libro arrollador.  Tanto como su poema del mismo nombre. No puedo explicar si se trata de un asunto de influencias. Yo no vine a reivindicar la generación del 27. Es la fuerza con la que aparece. Toca a mi puerta. Lo memorizo. Lo  declamo. Destello de triunfo. Reconocimiento en una Casa.  La Casa de poesía Silva, lugar que enorgulleció mi alma de niño.  Emoción inexplicable. Rio de lágrimas. El orgullo de mis padres.

Ese elemento, se fue añadiendo a una premisa sin complicaciones: tengo un barco que se llama vida. Yo soy su Capitán.  Es irreductible, inmutable. ¿Quién diferente a mí se atreve a manejarlo? Insolencia no permitida. El barco no posee título. Ha refundido algunos diplomas. Lejano de especulación. Tiene escrito mi nombre. Se llama Guillermo Alejandro al igual que su padre. Apareció clavado en el puerto del alma. Reconocimiento de una voz interior.

El barco navega. Cruza aguas escondidas. Surca ríos y océanos. Despierta anclado en el river Thames, mañana amanece en el Sena. No teme ir a Ámsterdam. Desea como muchos devorarse el mundo. Ahondar el Amazonas. Sonreír en Ilha Grande. Enamorarse en Zimbabwe. No puede faltar la música, la fiesta o el baile. Bebe ron en los cuartos de luna para olvidar sus recuerdos de amores felices. Ha oído cuentos de piratas, de esbeltas sirenas. Luz Buenonas multiplicadas. Aborrece anclar mucho tiempo. Prefiere los vientos blandos. Se bebe cada sorbo del agua. Respira aire. Sensaciones encontradas. Hay que seguir navegando, cada minuto es apremiante. Faltan aun muchos mares…


El Capitán

Distanciándome de ti (versos de calle)

Voy distanciándome de ti,
Camino una cuadra, dos cuadras,
Ya casi no te veo.

Tres cuadras, cuatro cuadras,
Giro a la derecha,
Me pierdes, te pierdo.